El amor puro, espiritualmente placentero, parece ser cosa de películas del pasado siglo o, si lo queremos ubicar en este siglo XXI, el amor que sentimos los tres primeros días de una relación.
Para nadie es un misterio que los que aman también odian, y tanto que sí, porque son sentimientos aparentemente antagónicos pero que tienen una relación estrecha en algunos momentos. Estos ejemplos así lo demuestran:
Caso 1
La pareja siempre está unida en las actividades sociales y en vacaciones. Pero, de repente, a uno de los dos le envían por trabajo a la ciudad de Las Vegas. Su pareja le dice que no puede ir sin ella pero la otra parte insiste en que debe ir solo, ¿acaso no es para odiarle por egoísta? Irse sin su pareja es lo último que debe hacer, tiene que darle el viaje a otro compañero y quedarse en casita contigo, a las Vegas no se va a disfrutar solo.
Caso 2
Uno de los dos ya lleva algunas veces llegando pasadito/a de tragos a la casa, asegura que no ha podido decir que no a sus amigos o compañeros de trabajo, mientras su pareja está en casa esperando. Lo peor llega cuando después de prometer que no lo hará más, lo repite,..¡no me dirás que le odias en ese momento!
Caso 3
El ejemplo más claro para odiar a quien se ama viene con las ausencias en que lo pasa fenomenal y tú lo pasas mal. Cada vez que se pierde del mapa de tu control, te desesperas e imaginas una y mil cosas más. Cuando regresa de nuevo a ti, “tan fresco como acabado de salir de un jacuzi”, viene sonriente, ¡lo ha pasado genial, según percibes! y muestra un resplandor interno de felicidad que te pone, en las manos, el buen rollo que disfrutó sin ti. Y tú, preocupada, ¡qué tonta!, ahí le odias, le vuelves a odiar y repites el odio. Con tres veces no basta, hace falta una tonelada de control para no echarle de tu lado, seguro te ha sucedido.
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